Tercer taller de los JueCooking

Zaragoza, última hora de la tarde de un jueves. Mientras la ciudad mira al fin de semana, el ocio se despereza en sus calles. Lejos del bullicio de los bares, en las entrañas del Mercado Central se descubre una acogedora cocina que se convierte en el escenario del ‘juecooking‘, una actividad que ha generado cierta expectación en las últimas semanas.

Consiste en comprar los productos en la lonja zaragozana con el consejo de los detallistas, cocinarlos en estas instalaciones con las pautas de chefs profesionales y comer las tapas resultantes con acompañantes o desconocidos. La timidez pronto se deja a un lado y, en torno a los sabores y aromas, comienza a maridar cocina y conversación durante dos o tres horas. Este tipo de actividades, que de alguna forma se realizan desde hace años en Aragón, evidencian el interés por la cocina en las horas de ocio.

«Se crea un buen ambiente y acaban haciendo grupo«, confirma Sandra Garijo Añaños, la chef guía de esta semana. «Se lo pasan bien, porque en un principio parece que solo es ocio, pero al final descubren cómo es trabajar en una cocina, prueban elaboraciones que no son habituales… Nadie está de brazos cruzados«, describe José Antonio Campos, director de la Escuela de Gastronomía y Cocina  Azafrán y quien promueve esta iniciativa. Está abierto a todas las edades, pero han apreciado un público joven en las primeras sesiones.

El ‘juecooking‘ consiste en comprar, cocinar y comer en las cocinas del Mercado Central de Zaragoza. Francisco Jiménez

«Combatimos contra el ‘no sé’, porque nadie nace sabiendo, es práctica»

No es necesario gozar de grandes conocimientos culinarios, sino sencillas fórmulas que terminan siendo resultonas. Todos los jueves se dividen en equipos y cada grupo elabora un bocado. Esta semana fueron unas minicocas de salmón con ricota e higos y una reducción de vino tinto y frutos rojos; unas empanadillas de pollo con romesco; y pan de pita relleno de cerdo agridulce con salsa de yogur y zanahorias salteadas. «Combatimos contra el ‘no sé’, porque nadie nace sabiendo, es práctica – comenta Garijo–. Algunos programas de televisión muestran una imagen de alta cocina, pero la realidad es que se pueden hacer platos muy ricos y creativos con lo que tenemos en casa«.

Aquí se elabora todo de principio a fin: desde las masas a las salsas. «Para hacer la romesco asaremos los tomates y los ajos y los mezclamos con pan tostado, frutos secos…«, explica Sandra. La expresión de algunos cuando Sandra expone la receta refleja duda y en su cara se puede leer: «¿Pero eso no se compra ya hecho?«.

«¿Ha dicho que había que marcar el pollo, no? ¿Pero entero?«

A cada equipo le entregan un papel con la fórmula para que la sigan paso a paso. «¿Ha dicho que había que marcar el pollo, no? ¿Pero entero?«, se preguntan un par de pinches con la sartén humeante y los traseros en la mano. «Sí, luego a cocerlo y a desmenuzar«, apela otra asistente. A pesar de ser ocio, se adquieren algunas nociones de cocina. Por ejemplo, Sandra –también autora de ‘Sapiens del cacao y el chocolate‘ de la colección de la Bullipedia de Ferran Adrià– recomienda rectificar en el culmen de la receta.

«El año pasado ya organizamos varios cursos de este tipo para determinadas asociaciones y fueron magníficas«, recuerda Luis Vicente, propietario de El Escondite de Zaragoza, otro de los cocineros que se ha puesto el gorro. Las plazas para este proyecto son reducidas –unos 15 alumnos como máximo por sesión– y cuesta 5 euros. Está siendo un éxito: «Es difícil encontrar plaza«, aseguran los afortunados que cocinaron este jueves. «El ‘juecooking’ funciona, lo dicen los propios asistentes, que preguntan si las recetas son las mismas porque les gustaría repetir. Y no, cada semana cambian«, recalca Garijo. En esta cocina escondida también han elaborado pasta choux relleno de langostinos, alcaparras y lactanesa; pan bao con solomillo de cerdo y salsa moscatel; o triángulos de morcilla con queso de cabra, membrillo y manzana.

Algunas tapas que se cocinan en ‘juecooking‘, en el Mercado Central de Zaragoza.

«Lo vi en redes sociales y pensé que era una buena idea«, confiesa Begoña Alcázar con las manos en la masa –nunca mejor dicho porque estaba preparando las obleas de las empanadillas–. Ella es administrativa y lo concibe como una forma de «desconectar» del trabajo. «Me pareció un buen plan alternativo, ya que si no siempre se va a tomar algo«, manifiesta Andrea Santiuste. «Además de ser ocio y de conseguir un resultado final, se apuesta por el producto de la tierra y de temporada«, completa Gonzalo Murillo.

«Lo veo como una oportunidad para mantener la costumbre de cocinar, ya que a veces se apuesta solo por los platos precocinados«, valora Susana Peregrina que acudió junto a su hijo Álvaro García. Esta familia es asidua al mercado y se enteraron a través de los detallistas y de su página web –donde se puede apuntar quien lo desee–.

«Oye, pero qué bien huele, nunca lo había probado«, dice Macarena Cartié, también con su madre, mientras busca el origen de su aroma. Así, también se aprecia como una oportunidad para descubrir nuevos sabores. Y una vez acabado, a comer y a brindar, porque el vino se descorcha al final para que nadie atienda más a la copa que al fuego.